martes, 6 de julio de 2021

Leonardo de León y un recorrido por su pasado en un libro: “Me acuerdo”

“CUANDO UNO ES FELIZ NO ESCRIBE, SIMPLEMENTE VIVE ESA EXPERIENCIA HASTA QUE SE ACABA”

Acaba de aparecer en las librerías un nuevo libro de Leonardo de León (Minas, 1983) titulado “Me acuerdo”, donde hace un recorrido por su vida a través de recuerdos en un ejercicio intenso e interesante de momentos vividos que generan asombro, risas, sorpresas y destacan su ingenio.

 

¿Qué te llevó a escribir este libro?

Se dice que uno no escribe lo que quiere sino lo que puede, pero en el fondo ese juicio es muy optimista. Yo diría que uno ni siquiera escribe lo que puede, sino lo que la vida le permite escribir. Me refiero a que las condiciones sociales (y su encarnación en la vida individual) son bastante tiranas, realmente fatales, a la hora de hacerse tiempo para escribir. Esa es la materia primera de toda praxis: el tiempo. Y mi vida, si bien goza de algunos privilegios, hace mucho que no cuenta con la variable del tiempo libre. «Hace tiempo que mi tiempo escasea». ¿Cómo escribir, entonces, cuando lo que falta es precisamente esa condición inalienable de la escritura? Pues forzando a que la escritura misma transforme sus condiciones. Fue así que me inventé un proyecto de redacción fragmentaria. «Me acuerdo» es un libro de entradas breves (casi tweets), escritas al pasar, casi de modo repentista, que enumera pequeñas instantáneas, momentos fugaces de mi pasado y del pasado de mi generación.

 

¿Cómo surgió la idea?

La idea surgió a partir mis clases de filosofía con Sandino Núñez. Allí hablamos mucho de la visión capitalista de progreso. «Me acuerdo», entonces, surgió como un simple proyecto literario destinado, con suma modestia, a contribuir con ese cambio de dirección. Pero ojo, no fue escrito con el ánimo nostálgico de «todo tiempo pasado fue mejor», sino más bien con el ánimo de inducir cierta reflexión sobre ese pasado. Es lo que algún filósofo llama «movimiento retroactivo», es decir, una vuelta al pasado con todas las prácticas del presente metidas en la mochila.

 

¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de ficción en estas memorias?

La memoria es sospechosamente, siempre, una ficción. ¿Recordamos las cosas tal cual ocurrieron? ¿Acaso la memoria registra toda la complejidad de una situación? ¿No será que la memoria selecciona y sintetiza esa complejidad en una escena más o menos segura y estable? Y, ya que estamos, ¿qué tan estable es ese registro? ¿Acaso los recuerdos no cambian con el tiempo? Cada recuerdo se ve amenazado por otros, y a veces las imágenes de experiencias divergentes se fusionan, discretamente elaboran alianzas, acoples, incrustaciones, ligazones parciales, también corrimientos, desfasajes, fragmentaciones, proyecciones, contagios, etcétera. La memoria es una verdadera coctelera. Además, todo recuerdo está resquebrajado por un componente de ficción que llamamos olvido. Todo recuerdo carga consigo una dosis inescrutable de olvido que lo vuelve, de plano, un reflejo alterado de la experiencia original. Intenté retratar mi memoria del modo más fiel posible, forzando el lenguaje a la expresión más ajustada y precisa, pero siempre alertándome -y alertando entre líneas al lector- de que esa memoria posee, insisto, una naturaleza indeterminada. Mientras te contesto se me ocurre la siguiente analogía, seguramente robada de algún libro que leí: la memoria es como un pasaje en prosa que siempre puede corregirse y puntuarse otra vez. El Leonardo de León que se retrata en el libro no es nada más que un conglomerado de imágenes dudosas que podrían escribirse y ordenarse de otro modo. El verdadero Leonardo no es, ciertamente, pues, ese Leonardo sustancial que aparece en los recuerdos del libro, sino más bien la conciencia activa que se escribe y se piensa más allá de las condiciones concretas de su vida y su desarrollo. Yo mismo me sobrevuelo y me trasciendo. Lo paradójico es que nada puede decirse de esa conciencia, está fuera de lo sustancial: no se encuentra «en» las palabras del libro sino «entre» ellas.

 

¿Hay diferencia entre recuerdos y memorias?

Qué difícil pregunta. En mi opinión, la memoria es una operación, el acto mismo de recordar. Los recuerdos serían los contenidos concretos que van apareciendo gracias a ese acto. Mi libro enumera recuerdos, pero dichos recuerdos fueron cuidadosamente dispuestos para sugerir, a través de un ordenamiento específico, un modo de hacer memoria. ¡Ja! «Hacer memoria», dije. ¡Qué linda expresión! Explica bien el asunto porque muestra que la memoria, entendida como operación, es un modo de hacer, de crear, de inventar, no una determinación maquínica o preestablecida que simplemente obedezco. Yo hago a mi memoria. Yo «me» hago. Yo elaboro mi propio yo. Eso es lo interesante: siempre hay un divorcio entre un yo y el otro, pertenecen a mundos distintos. Cada sujeto encarna el mismo divorcio, con mayor o menor carga dramática. Por eso cuando oigo que alguien dice «Yo sé quien soy», no pierdo un minuto: me retiro inmediatamente. Ese tipo es un peligro.

 

En tus “Me acuerdo” no hay cronología ¿fue a propósito?

Creo que al repasar nuestra vida no encontramos un retrato íntegro, cronológico y lineal. Más bien todo lo contrario: los recuerdos nos invaden en un aluvión inconexo y arrasador, donde reina el caos o el encadenamiento por asociación libre. Vamos de un recuerdo a otro rompiendo la cronología de los eventos, y cualquier detalle, por mínimo que sea, puede funcionar como trampolín para lanzarnos a la imagen siguiente. Por eso, como lector, desconfío de las autobiografías: se presiente la falsedad del discurso, el esfuerzo del autor por llenar los baches de su historia o eludirlos con elegancia. Una autobiografía nos da la idea de una vida íntegra. No creo que sea así: a nuestros ojos, la vida es un caleidoscopio, esquirlas en movimiento, que se arman espontáneamente. Es decir: el pasado también está por verse, ¿no?

 

¿La búsqueda de esos sucesos personales fue como tirar y que fueran saliendo cosas?

Nada existe por sí solo. Todo guarda alguna clase de relación con otra cosa, ya sea por analogía o por oposición. Esto también se aplica a los recuerdos. El libro comienza diciendo «Me acuerdo de incontables cosas» y acaba diciendo «Me acuerdo de que me puedo acordar de algo que nunca ocurrió». Todo el contenido que hay en medio de esas dos afirmaciones, es decir, el libro entero, quiso ser una indagación profunda (lo más profunda posible dentro de mis capacidades, y juro que las llevé al extremo) por descubrir la lógica que las vincula.

 

¿Qué quisiste decir al escribir un libro así, alejado de lo que ha sido tu potente obra poética y narrativa? Acá no hay desarrollo poético ni narrativo.

Me agrada probarme en territorios nuevos. La consigna de base era no explicar demasiado, sino poner al lenguaje en un funcionamiento casi de cámara fotográfica y confiar en que el ordenamiento de las entradas pudiera contar todo aquello que no estaba explícito. Se parece al modo en que opera la poesía: comunicar por elipsis u omisión. Además, hay recuerdos que narrativamente son, en sí, muy escuetos. Uno podría informar al lector sobre todos los factores que hacen al contexto de un recuerdo, pero eso hubiera malogrado el hechizo que me proponía alimentar. Quería meter al lector en mi cabeza, hacerlo viajar por mis recuerdos a mi propia velocidad. El lenguaje tenía que ser seco, directo, y transmitir sutilmente, de un modo embrionario pero eficaz, la mirada del niño o del adolescente que vivía el momento retratado. No fue sencillo. Tuve que escribir con la rienda corta, anestesiando ese empuje. Y creo que el efecto es muy bueno: en cada frase se siente la tensión de un avance contenido, como si la frase estuviera de pecho hinchado, aguantando la respiración.

 

Hay en los “Me acuerdo” un constante regreso a tu infancia, a tus enfermedades, a los psicólogos, a tus miedos, a hechos que para el lector pueden ser banales ¿por qué le diste ese sesgo tan ajustado?

Porque mi vida ha sido, en buena parte, infancia, enfermedades, psicólogos, miedos, y hechos banales. Como la vida de tantos. Como la vida de todos, creo yo. También he tenido otras experiencias, pero con ellas no se hace literatura. Me refiero a la felicidad. Cuando uno es feliz no escribe, simplemente vive esa experiencia hasta que se acaba. Y entonces sí: ¡a escribir!

 

Hay una fuerte presencia de tus padres y tu abuela ¿cuánto incidieron en tu vida?

Más de lo que podría contarte. Más de lo que yo mismo sé. Mi abuela me enseñó a esperar. Mi padre, que se nos fue hace poco, me enseñó a reír aun con un dolor que no se calla. Mi madre me enseñó a perdonar, y a resistir.

 

En el libro reconoces que hay cuatro antecedentes de “Me acuerdo”, el primero es Joe Brainard (Estados Unidos 1942-1992), Georges Perec (Francia, 1936-1982), Margo Glantz (México, 1930) y Martín Kohan (Argentina, 1967) este sería el primer “Me acuerdo” uruguayo.

Cada uno de los «Me acuerdo» que se han escrito tiene sus especificidades. Y es curioso, ¿no? Porque el «Me acuerdo» más renombrado y leído es el de Georges Perec, y a mí me parece el más flojo de todos (y te aclaro que Perec es, para mí, un verdadero maestro). El texto que yo tomé como modelo fue, efectivamente, el original creado por Brainard en 1975. Lloré leyendo ese libro. Brainard pone una atención al detalle digna de un artista. Quise entrenar esa mirada, aprender a mirar así, mirar lo que nadie mira, encontrar belleza donde creemos que no la hay. O como decía Borges: ver milagro donde otros ven costumbre. A tal punto me ceñí al modelo de Brainard que me propuse alcanzar con mi libro la misma extensión que el suyo: unas treinta mil palabras. Así que su libro y el mío se leen más o menos en el mismo tiempo. Y sí, este es el primer «Me acuerdo» uruguayo. Espero que no el último.

 

Si bien hay sugerencias sociales que se dan por tu contexto personal, no hay “Me acuerdo” políticos y muy pocos deportivos, cosas que están muy atadas a la uruguayos ¿no hubo gravitación en tu memoria de hechos que lo marcaran?

Interesante observación. Es cierto que no exploré demasiados en disciplinas deportivas, pero sí que menciono a los X-games, al tenista Pete Sampras (por entonces número 1 del mundo), a Michael Jordan y al goleador de la selección de Italia en el mundial del 90: Salvatore Schillaci. No hay mucho más porque, supongo, el deporte ya no me interesa más que por su factor plástico. Miro el resumen de los goles como quien mira una danza. Miro jugar a Federer como quien disfruta en el teatro. La carga leve de eventos políticos puede deberse a que el joven que fui se hallaba demasiado hundido en su goce narcisista como para atender cuestiones de ese tenor. Sin embargo, creo recordar ciertas salpicaduras respecto a la política argentina (muy infladas y sobreatendidas por los medios locales, por cierto): el atentado a la AMIA, el corralito, Menem conduciendo una Ferrari, Fernando de la Rúa escapando en el helicóptero. Cuatro instantáneas que, a mi entender, y ahora que veo, resumen perfectamente la historia reciente de nuestra vecina nación.

 

Hay varias críticas a personas, sobre todo vinculadas a la educación ¿marcaron mucho tu vida?

Lo suficiente como para incluirlas en el libro. No voy a desarrollar porque nos queda corto el espacio del periódico.

 

Los “Me acuerdo” de las conversaciones con tu hija son brillantes, de un surrealismo y una poética absurda de un nivel altísimo ¿cómo surgen?

Los niños se vinculan con el lenguaje de un modo poético. Así como el poeta usa las palabras de un modo impropio a los efectos de ensayar una rebeldía frente al modelo coagulado de significaciones, el niño hace lo mismo pero no por rebeldía sino por desconocimiento. Quiero decir que ambos, niño y poeta, se definen por imponer un extrañamiento lingüístico. Un niño, por no saber el nombre de algo, realiza desplazamientos y metáforas en un grado muy sofisticado de complejidad. Puede definir a una babosa, por ejemplo, como «un caracol sin mochila». Cuando mi hija comenzó a hablar, no tardó demasiado en arrojar ocurrencias de este tipo. Comencé a tomar nota de esas salidas con el secreto objetivo de usar ese material en algún proyecto. Al terminar de escribir «Me acuerdo» sentí que faltaba algo esencial de mi vida: mi rol de padre. Entonces le pedí permiso a mi hija para incrustar algunos de esos diálogos con ella a lo largo de todo el libro. Y no solo me autorizó. Ella misma seleccionó el material y dispuso el orden de las entradas. Algunos lectores me han dicho que esos diálogos son lo mejor del libro. Me alegra tanto…

 

¿Qué significa haber escrito este libro? Además con una preciosa impresión muy cuidada.

Significa que no tengo que hacerme cargo de venderlo (con toda la fuerza de trabajo que eso implica) porque el editor se ocupa de casi todo. Significa trabajar con gente muy dedicada en la que confío. También significa extenderme sin moverme de casa, porque el libro está en todas partes. También significa el fin de algo y el comienzo de algo más: un duelo que es promesa. Un libro más y uno menos de los que estoy llamado a escribir. Y constatar, una vez más, como me ocurre siempre, que no he escrito el libro que sueño, y que por lo tanto fracasé. Fracasé otra vez. Pero fracasé mejor.

 

“Me acuerdo” está en las librerías de Minas Acuarela y Romaca, a 420 pesos.

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