miércoles, 6 de abril de 2016

Guasquería: un viejo y hermoso oficio

Al entrar en el taller de guasquería de Marcelo Gallone, uno inmediatamente se interesa en el panel de herramientas y en la mesa de trabajo, que ocupan toda una pared de lo que debería ser el living de la casa.
Hay allí herramientas que no se ven en ninguna otra parte, y algunas de ellas parecen salidas de una cámara de tortura de alguna película de terror. Pero ninguna de esas herramientas se utiliza para hacer daño a nadie, sino para trabajar el cuero fresco, de mil maneras diferentes. Marcelo hace con ellas broches, cintos, arreos para montar caballos, vainas de cuchillos y facones, y mil cosas más.
“Algunas son herramientas que se utilizan en otras profesiones y que yo he adaptado, y otras son muy específicas y no se encuentran en Uruguay; suelo encargarlas, cuando puedo, a amigos que viajan al exterior, a Argentina o a Europa”, cuenta Marcelo a Primera Página, durante una visita que le hicimos a su casa/taller, cerca del Hospital Alfredo Vidal y Fuentes, en Minas. Nos recibe con boina, pañuelo y un delantal de cuero. Está trabajando mientras su hija pequeña duerme una siesta en la habitación de al lado.

UN COMIENZO TEMPRANO

Marcelo lleva 23 años en el oficio, y apenas tiene 40 ahora. Ya es considerado uno de los mejores guasqueros del país, y sus trabajos han obtenido premios en los principales concursos que se realizan en Uruguay, en el Prado y en Patria Gaucha.
Cuando nació, su familia vivía en el cruce de las calles Lavalleja y Sarandí, en Minas, y ya cuando era niño, a los 8 o 9 años, se mudaron a Amilivia e Ituzaingó, al lado del Club Zamora.
Eran seis hermanos, y Marcelo es uno de los del medio, por lo que debió, como todo hermano del medio, a arreglárselas sólo. “En casa, cuando mis hermanos grandes se iban a jugar, yo solía quedarme en casa, en un galponcito con mi abuelo, que hacía guasca y me enseñaba; fue el primer contacto que tuve con el oficio”, cuenta.
El oficio de soguero (como se le dice en el sur argentino) o guasquero, como se le llama en el norte argentino y en Uruguay, fue históricamente en nuestro país muy común, sobre todo en el campo y aledaños. “Materia prima había de sobra, las cosas se rompían, y alguien tenía que saber arreglarlas o fabricarlas”, dice Marcelo, quien recuerda como su abuelo desarrolló el oficio mientras explotaba un muy pequeño campo ganadero de sólo 100 hectáreas, cerca de Minas. La palabra “guasca” es de origen quechua, y quiere decir justamente “cuero fresco”.

RECORRIENDO EL PAÍS DESDE JOVEN

Al terminar la escuela primaria, Marcelo no mostró demasiado entusiasmo con el liceo, y la familia decidió mandarlo a vivir al campo del abuelo, a trabajar allí, desde los 14 años. En el campo, en la zona de las costas de Santa Lucía y El Soldado, comenzó a cortar maíz y a hacer carpidas, y muchos trabajos se los conseguía su abuelo, al tiempo que continuaba enseñándole el oficio, al que comenzó a dedicarse más en serio a partir de los 17 años. Marcelo muestra, con cariño y orgullo, las dos primeras piezas de guasquilla que hizo entonces, una presilla que guarda junto a una herramienta para alambrar, y una vaina de cuchillo.
A los 20 años consiguió una changa para trabajar como peón y encargado en una estancia en la zona del Cerro Catedral. Sólo, lejos de todo y sin luz eléctrica. La localidad más cercana era Aiguá, a unos 60 km de distancia. Luego de poco más de un año no aguantó más la soledad y volvió a Minas. Y ya no quiso volver a trabajar al campo.
En Minas comenzó a trabajar haciendo changas, pero siempre conservando el oficio de guasquero como trabajo secundario y perfeccionando su arte, muchas veces consultando a otros artesanos más veteranos.
A los 26 años consiguió trabajo en la empresa forestal Eufores. Primero en el monte, y más adelante tomando mediciones de superficies de bosques, con GPS. Estuvo trabajando con la empresa hasta los 31-32 años.
A los 33 años se fue a Montevideo, y allí comenzó a dar clase de soga, primero en un local en el centro comercial de Punta Carretas, y más adelante, como los tiempos no daban por los traslados, en un taller que montó en su propia casa. Al mismo tiempo recorrió ciudades, pueblos y pueblitos buscando colegas en su viejo oficio. “La guasquería se aprende conversando y mirando a otras personas trabajar, e intercambiando. Unos me recibían de buena manera, otros no, y algunos tapaban las cosas que estaban haciendo, cuando yo llegaba. El guasquero uruguayo es escondedor”.
Quizá, “por eso el oficio se perdió en el Uruguay durante unos 60 años”, opina Maercelo. “Los guasqueros no enseñaban el oficio a otros, y así se perdió el arte”, que en los últimos años se ha recuperado. Este proceso ha sido fomentado también por los concursos que se realizan ahora. Los de El Prado en Montevideo y de la Patria Gaucha son los más conocidos del país. Ahora es normal que los guasqueros tengan aprendices y alumnos. Marcelo tiene al menos una decena, en un taller en Montevideo que le cede un amigo, y que atiende los fines de semana, cuando no tiene que trabajar en Minas.

VOLVER AL PAGO

Marcelo volvió de Montevideo a Minas hace un año, porque la familia tira, tenía a una hija ya crecida viviendo acá. Ahora tiene su casa y su taller, junto a su actual pareja, cerca del hospital. Ella trabaja en Montevideo todos los días, y Marcelo en Minas, hasta la tarde en la camioneta contratada por la UTE, y luego, hasta la noche, como guasquero, mientras cuida a su hija más pequeña, que duerme una siesta mientras su padre conversa con Primera Página.
Gallone es un guasquero muy premiado. Ha sido reconocido con diversos premios en los principales concursos del país, Patria Gaucha y la Rural del Prado, en las tres categorías en que se compite, Tiento Fino, Paseo y Trabajo. Las cocardas cuelgan en una de las paredes de su taller, y algunos de los trabajos premiados también.
La guasquería estuvo en riesgo como oficio durante unos cuantos años en Uruguay, pero ya no es así. Y Lavalleja es uno de los departamentos con mejores guasqueros en todo el país. Marcelo recuerda a Guzmán Puchalvert de Mariscala, el primero que comenzó a enseñar a discípulos en Lavalleja, a Líder Larrosa de Pirarajá, “de lo mejor que tenemos”, y a su hijo Antonio en Minas, un gran artesano y artista. Están además “El Gringo” Merhoff y Sosa, del barrio Las Delicias.
Según Gallone, uno de los mejores rasgos de los guasqueros es cuando logran que sus propios alumnos los superen, y es algo que han logrado por ejemplo, y según Marcelo, tanto Puchalvert como Larrosa.
Quienes deseen contactarse con Marcelo pueden hacerlo a través de su página de Facebook, Marcelo Gallone Chiribao, en la que además pueden admirarse muchos de sus trabajos.


Un trabajo bien cotizado

Marcelo tiene establecida una tarifa muy estricta. Mide el valor de las piezas por el tiempo de trabajo que cada una lleva para completarla. Cuantas más horas toma el trabajo, más valiosa es la pieza. En un rincón de su taller cuelga un cinto, que aún no está terminado. Está hecho con trenzas patrias, cosidas entre sí. En total llevará varias semanas confeccionar el exquisito cinto. Cuenta Marcelo que su costo estimado, cuando ya esté listo, será de unos cuantos miles de pesos, y que ya está vendido porque fue hecho a pedido y con instrucciones precisas. Trabaja por lo general por encargo, y sus trabajos suelen ser cotizados porque le llevan mucho tiempo. “No llegan a mi taller a hacer pedidos ni peones, ni domadores; en general se trata de 'antojos' de gente de buen nivel económico, que puede pagar bastante dinero por un trabajo fino, que lleva muchas horas”, dice.
Marcelo trabaja ahora como chofer en una camioneta contratada por la UTE, y termina su jornada laboral a las 16:00 horas de lunes a viernes. A esa hora comienza a trabajar en su taller de guasquería, y muchas veces la jornada allí se alarga hasta la una de la mañana del día siguiente.

Trabaja con materia prima de primera calidad, incluyendo argollas, frenos y otros artículos de metal, muchas veces de alpaca o plata, que debe traer de Argentina, porque en Uruguay no pueden conseguirse.

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