martes, 19 de marzo de 2013

Wilson Ferreira Aldunate


Por Héctor Vernengo

WILSON -así a secas-, el nombre de un hombre que  se transformó en un símbolo: Wilson Ferreira Aldunate, recordado y homenajeado a los 25 años de su muerte, el 15 de marzo de 1988. Nacido políticamente en el sector minoritario del Partido Nacional, el sector del diario El País, se transformó en el actor principal e histórico del viejo partido de Oribe. Fue Ministro de Agricultura en el segundo gobierno blanco, y dos veces diputado. Nació en Nico Pérez  (el 28 de enero de 1919), casi en Lavalleja, y fue un productor rural toda su vida. Difícil pero cierto, fusionó al caudillo con el estadista. Segundo candidato a senador en la lista 400, en la elección que proclamara a Gestido como Presidente, se enfrentó con armas y bagajes al gobierno despótico de Pacheco Areco. Y allí desde su banca creó su liderazgo, un liderazgo tan formidable como inusual. Sus interpelaciones -entre el 66 y el 71- merecen las mejoras páginas de la historia parlamentaria. Algunos interpeladores de hoy debieran, éticamente, tener la obligación de leerse aquellos alegatos, que destrozaban al régimen, sin importarle quien los representara.  Si en la primera mitad del siglo XX Luis Alberto de Herrera fue el líder discutido pero indiscutible del Partido Nacional, en la segunda mitad, con luces tan brillantes y tan propias, se transformó Wilson en la figura principal de su Partido. Luis Alberto de Herrera había nacido muy viable porque venía del riñón de Aparicio Saravia. Wilson no, venía del sector de los doctores, siempre la minoría del partido. Y desde ese rincón se transformó en una líder de una popularidad avasallante. Pocos hombres como él estuvieron tan cerca de ser Presidente de la República. Primero en la elección del 71, que ganara Bordaberry, y que los blancos consideraron como amañada, con aquella denuncia famosa que fundara Aparicio Méndez, aquel jurista prestigioso, pero un mediocre que fuera hasta Presidente de facto de la dictadura. Luego Wilson debió haber sido Presidente en el 84, y sólo le cerró el paso el acuerdo con la dictadura, que sabiéndolo uno de los más peligrosos de sus enemigos, lo encarceló y prohibió su candidatura, permitiendo el triunfo del coloradismo y  Sanguinetti. Y debió  haber sido el primer Presidente blanco electo, en la elección que ganara Luis Alberto Lacalle en el 89, si un cáncer no lo hubiera llevado a la tumba. Fue Wilson un tribuno de excepción, un polemista brillante y hasta cruel si era necesario. Manejaba la ironía, con sus inflexiones de voz inimitables, y era la envidia de todos. Un hombre de honestidad sin máculas, hiere ver a tantos que no han tenido esa virtud enarbolar su nombre. Brillante periodista, lo recuerdo por un artículo donde retrataba a Luis Batlle y su gobierno, sin nombrarlos, haciendo una supuesta semblanza de Luis Napoleón Bonaparte. Nada le fue ajeno pasionalmente. Coincidí con él en el apego y amor al cuadro de Los Céspedes, de cuya directiva fue secretario cuando la sede estaba en la Avenida 18 de Julio. Fue un enemigo acérrimo de la dictadura, y justificadamente odiado por ellos, porque los enfrentó en todo terreno. Y por eso quisieron matarlo, cuando asesinaran a Michelini y Gutiérrez Ruiz. Y marcó a fuego aquel crimen de las dos dictaduras, con la inolvidable carta que le escribiera al otrora poderoso Gral. Videla. Su vuelta fue el gran acontecimiento político en el 84, cuando la dictadura lo recibió con armas hasta en los dientes, cuando volvía desarmado, esperanzado, con las manos al cielo y una sonrisa, y con enormes fragancias de pueblo. Había ganado las elecciones internas, con apoyo de ciertos sectores de izquierda.  Pero mostrando su grandeza y su estatura de estadista, cuando liberado después de la elección en la que tanto miedo le tuvieran, pronunciara aquel famoso discurso de la Explanada, donde priorizó la democracia, contra las maniobras de muchos que le habían cerrado el paso. Se jugó una parada difícil, histórica, de la que no salió ileso, cuando casi pergeñó la odiada Ley de Caducidad, pensando en que así se sacaban las castañas del fuego. Junto a hombres como Zelmar Michelini o Luis Hierro Gambardella ennoblecían la política, siempre la dueña de los tiempos. Cuando el ruedo se puebla de mediocres, uno tiene que acudir al recuerdo, a su recuerdo, porque coincidiendo o enfrentados a él, recordarlo es una lección  de vida, y de homenaje a un ser, que de alguna forma, nos marcó a todos.

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