WILSON -así a secas-, el nombre de un
hombre que se transformó en un símbolo:
Wilson Ferreira Aldunate, recordado y homenajeado a los 25 años de su muerte,
el 15 de marzo de 1988. Nacido políticamente en el sector minoritario del
Partido Nacional, el sector del diario El
País, se transformó en el actor principal e histórico del viejo partido de
Oribe. Fue Ministro de Agricultura en el segundo gobierno blanco, y dos veces
diputado. Nació en Nico Pérez (el 28 de
enero de 1919), casi en Lavalleja, y fue un productor rural toda su vida. Difícil
pero cierto, fusionó al caudillo con el estadista. Segundo candidato a senador
en la lista 400, en la elección que proclamara a Gestido como Presidente, se
enfrentó con armas y bagajes al gobierno despótico de Pacheco Areco. Y allí
desde su banca creó su liderazgo, un liderazgo tan formidable como inusual. Sus
interpelaciones -entre el 66 y el 71- merecen las mejoras páginas de la
historia parlamentaria. Algunos interpeladores de hoy debieran, éticamente,
tener la obligación de leerse aquellos alegatos, que destrozaban al régimen,
sin importarle quien los representara. Si
en la primera mitad del siglo XX Luis Alberto de Herrera fue el líder discutido
pero indiscutible del Partido Nacional, en la segunda mitad, con luces tan
brillantes y tan propias, se transformó Wilson en la figura principal de su
Partido. Luis Alberto de Herrera había nacido muy viable porque venía del riñón
de Aparicio Saravia. Wilson no, venía del sector de los doctores, siempre la
minoría del partido. Y desde ese rincón se transformó en una líder de una
popularidad avasallante. Pocos hombres como él estuvieron tan cerca de ser
Presidente de la República. Primero en la elección del 71, que ganara Bordaberry,
y que los blancos consideraron como amañada, con aquella denuncia famosa que
fundara Aparicio Méndez, aquel jurista prestigioso, pero un mediocre que fuera
hasta Presidente de facto de la dictadura. Luego Wilson debió haber sido Presidente
en el 84, y sólo le cerró el paso el acuerdo con la dictadura, que sabiéndolo
uno de los más peligrosos de sus enemigos, lo encarceló y prohibió su
candidatura, permitiendo el triunfo del coloradismo y Sanguinetti. Y debió haber sido el primer Presidente blanco electo,
en la elección que ganara Luis Alberto Lacalle en el 89, si un cáncer no lo
hubiera llevado a la tumba. Fue Wilson un tribuno de excepción, un polemista
brillante y hasta cruel si era necesario. Manejaba la ironía, con sus
inflexiones de voz inimitables, y era la envidia de todos. Un hombre de
honestidad sin máculas, hiere ver a tantos que no han tenido esa virtud enarbolar
su nombre. Brillante periodista, lo recuerdo por un artículo donde retrataba a
Luis Batlle y su gobierno, sin nombrarlos, haciendo una supuesta semblanza de
Luis Napoleón Bonaparte. Nada le fue ajeno pasionalmente. Coincidí con él en el
apego y amor al cuadro de Los Céspedes, de cuya directiva fue secretario cuando
la sede estaba en la Avenida 18 de Julio. Fue un enemigo acérrimo de la
dictadura, y justificadamente odiado por ellos, porque los enfrentó en todo
terreno. Y por eso quisieron matarlo, cuando asesinaran a Michelini y Gutiérrez
Ruiz. Y marcó a fuego aquel crimen de las dos dictaduras, con la inolvidable
carta que le escribiera al otrora poderoso Gral. Videla. Su vuelta fue el gran
acontecimiento político en el 84, cuando la dictadura lo recibió con armas
hasta en los dientes, cuando volvía desarmado, esperanzado, con las manos al
cielo y una sonrisa, y con enormes fragancias de pueblo. Había ganado las
elecciones internas, con apoyo de ciertos sectores de izquierda. Pero mostrando su grandeza y su estatura de
estadista, cuando liberado después de la elección en la que tanto miedo le
tuvieran, pronunciara aquel famoso discurso de la Explanada, donde priorizó la
democracia, contra las maniobras de muchos que le habían cerrado el paso. Se
jugó una parada difícil, histórica, de la que no salió ileso, cuando casi
pergeñó la odiada Ley de Caducidad, pensando en que así se sacaban las castañas
del fuego. Junto a hombres como Zelmar Michelini o Luis Hierro Gambardella
ennoblecían la política, siempre la dueña de los tiempos. Cuando el ruedo se
puebla de mediocres, uno tiene que acudir al recuerdo, a su recuerdo, porque
coincidiendo o enfrentados a él, recordarlo es una lección de vida, y de homenaje a un ser, que de
alguna forma, nos marcó a todos.
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