martes, 27 de enero de 2015

Editorial: Entonces, ¿somos o no somos Charlie Hebdo?

Luego del brutal ataque terrorista del 7 de enero en París al local de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, que provocó 13 muertos, incluyendo a toda la plana mayor de la revista, una ola de indignación y solidaridad recorrió el mundo, y ello se resumió en una frase: “Je suis Charlie” (“Yo soy Charlie”). Los responsables del ataque fueron ciudadanos franceses de origen argelino, y partidarios de organizaciones terroristas islamistas radicales. Fueron identificados, acorralados y muertos por las fuerzas de seguridad francesas en cuestión de horas.
Charlie Hebdo es una revista satírica que se reía y se ríe de absolutamente todo, o de casi todo, y defiende la “libertad de expresión”, sin límites ni ataduras. Aunque los editores siempre han proclamado que están dispuestos a reírse de todos –y recuerdan que han sido criticados y hasta acusados judicialmente por organizaciones vinculadas a la Iglesia Católica y a la comunidad judía-, en el año 2009 la revista despidió al dibujante Murice Sinet, ahora de 80 años de edad, acusándole de antisemitismo. Sinet –o Siné, su nombre artístico- dibujó caricaturas mofándose del hijo del ex presidente francés Sarkozy, quien había iniciado una relación sentimental con una muy acaudalada joven de origen judío. Un periodista francés de origen judío acusó a Siné de antisemitismo, y Philippe Val, editor de Charlie Hebdo, estuvo de acuerdo con que era una caricatura antisemita, y reclamó a Siné que se retractara. Este, que tiene muchos años pero pocos pelos en la lengua, le dijo a Val que antes de retractarse por una caricatura “se cortaba las bolas”. Siné fue despedido luego de 20 años trabajando en la revista, y con el tiempo ganó un juicio a Charlie Hebdo por despido abusivo o irregular, y 40.000 euros.
Los muchos millones de franceses que salieron a la calle luego de la masacre en Charlie Hebdo defendieron el derecho a reírse, la libertad de expresión. ¿Irrestricta?
Entre los años 2011 y 2013, cientos de civiles –casi todos musulmanes, y algunas fuentes hablan de miles de víctimas- fueron masacrados en la Plaza Tahrir de El Cairo, en protestas en contra del gobierno pro-occidental. En el 2013, la revista publicó una portada –una de las que provocó más rechazo en el mundo musulmán- de un musulmán muriendo, atravesado por las balas, tratando de utilizar como escudo al Corán, el libro sagrado de los musulmanes. El texto que acompañaba al dibujo decía: “El Corán es una mierda, no detiene las balas”.
Hace unos días, un estudiante francés de 16 años fue arrestado y encarcelado por las fuerzas de seguridad francesa, y acusado de “apología del terrorismo”. ¿Su delito? Publicar un dibujo satírico en internet. ¿El dibujo? Casi idéntico a la portada de Charlie Hebdo del año 2013, sólo con “unos pequeños cambios”. Muestra al editor jefe de Charlie Hebdo, Herb, que muere acribillado, mientras intenta detener las balas con un ejemplar de Charlie Hebdo. Un texto acompaña el dibujo: “Charlie Hebdo es una mierda, no detiene las balas”. Herb efectivamente murió en el ataque terrorista del 7 de enero. El joven corre riesgo de estar en prisión entre cinco y siete años, y de sufrir una multa entre 45 mil y 100 mil euros.
¿Por qué está bien y correcto y es parte de la “libertad de expresión” reírse del libro sagrado de los musulmanes, de miles de muertos en una plaza egipcia, y es “apología del terrorismo” reírse de la muerte de dibujantes y editores franceses?
En Francia, luego del brutal ataque del 7 de enero, hubo, sólo este mes –que todavía no terminó- un 110% de aumento en los ataques islamófobos, que ya ocurrían a menudo. De estos ataques, 21 incluyeron disparos, granadas e incendios en mezquitas. Imaginemos tan sólo por un momento 21 ataques contra iglesias católicas con granadas y disparos, o contra 21 sinagogas, en cualquier país del mundo. Sería prácticamente una razón para invadir el país donde ello ocurra. Pero nadie ha condenado al gobierno de Francia por estos episodios, o por su asombrosa falta de eficiencia y ejecutividad para capturar a los responsables de estos ataques. En sólo una semana de enero hubo en Francia 69 arrestos por “apología del terrorismo”, incluyendo a una niña de 14 años y una amiga de ella, que le dijeron al conductor de un tranvía "somos las hermanas Kouachi y vamos a comprar nuestras Kalashnikovs". Los Kouachi fueron quienes atacaron a Charlie Hebdo.
Quienes defienden la “libertad de expresión” sin límites ni cortapisas de ninguna índole, ¿van a salir a la calle a reclamar la libertad del adolescente francés de 16 años que se mofó de la masacre en Charlie Hebdo? En nombre de la libertad de expresión, ¿es posible entonces hacer caricaturas sobre el holocausto, mofándose de las víctimas, los seis millones de judíos exterminados, el medio millón de gitanos asesinados, los muchos millones de prisioneros de guerra masacrados? ¿Podemos reírnos de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, de las víctimas de tortura en Uruguay y Argentina, los 30 mil desaparecidos en ese país? Porque si nada es sagrado y todo está permitido, todo está permitido. Y podríamos defender, con la libertad de expresión como escudo, los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini, y decir que el holocausto es un invento, una exageración –un político francés de primer nivel, Jean Marie Le Pen, lo dijo una vez, y provocó un escándalo, y fue acusado judicialmente-. ¿Podemos burlarnos y hacer bromas con las víctimas del holocausto armenio, cuando a principios del siglo XX el gobierno turco masacró a millones de ellos, con el beneplácito o la indiferencia de las potencias occidentales? ¿Podemos o no? ¿Quién o qué nos iluminará y nos dirá de qué podemos burlarnos, y de qué no?
Si “todos somos Charlie” es válido sólo cuando toca defender la libertad de expresión para burlarnos de los musulmanes, o de los yemenitas, o de los congoleños, de los chinos o coreanos, pero no nos damos o no permitimos –o más bien no nos permiten- esa libertad irrestricta de expresión cuando la burla es sobre nuestros sagrados valores y conceptos y prejuicios occidentales judeo-cristianos, entonces esa “libertad de expresión” es sólo una frase hueca. Y se nota.

Raúl Vernengo

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