lunes, 15 de febrero de 2016

Sanos y salvos en la base

(6ª parte de siete)

Nos despertamos a las seis de la mañana en lugar de a las dos. Nos dormimos. Salimos
rápidamente de las carpas. Todo está blanco por la tormenta de nieve de la noche, y hace un frío terrible. Hay viento fuerte y los dedos quedan agarrotados inmediatamente. Nos ponemos a averiguar qué ha pasado con el resto de los grupos. Los soldados que están como “refugieros” -que están de guardia en el refugio, por una semana- nos dicen que tres grupos salieron entre la una y las dos de la mañana, hacia la cima, pero que difícilmente puedan alcanzarla. Hay mucho viento, nieva, y hay poca visibilidad, y con el viento el frío que se siente es terrible y hay riesgo de congelamiento.
El grupo de veinte soldados que ascendió hasta aquí ayer, prepara sus mochilas, pero no para subir, sino para bajar. Nos dicen que en esas condiciones es imposible hacer cima. Uno de ellos dice que a lo largo de su carrera militar, más de la mitad de las veces que ha intentado subir el Lanín, el volcán no se lo permitió. Nosotros queremos intentarlo igual. Antes, y luego que se fueran los veinte soldados, los dos militares que quedan de guardia nos invitan a entrar al refugio, a calentar agua en nuestras cocinillas. Aceptamos gustosos, y llevamos galletas, queso, dulce de membrillo, café, cocoa y leche en polvo para compartir con ellos. Luego de un buen desayuno, tomamos unos mates con los soldados. Ambos son muy jóvenes. Uno de ellos es de Junín de los Andes, y el otro viene desde lejos, es de Formosa, y su acento lo delata. Salgo del refugio un momento para ir a buscar azúcar a nuestra carpa. No me pongo los guantes -la carpa está a diez metros del refugio- y a los 30 segundos mis dedos están duros de frío. La combinación de viento y bajas temperaturas es terrible.
Al poco rato vuelve el primero de los grupos que intentó hacer cima. Llegan exhaustos, y no pudieron llegar a causa del frío. Uno de los guías comenzó a experimentar síntomas de congelamiento en las manos y debieron bajar de apuro. Poco después llegan los otros dos grupos, y se meten enseguida en sus domos a calentarse. Ninguno haría cima ese día, porque el volcán no estaba de humor.
Nosotros sabemos que estamos contrarreloj, porque no se puede permanecer en la cima luego del mediodía por razones de seguridad -se puede hacer de noche al retornar, y en esas condiciones es mucho más peligroso bajar- y para eso, calculando una caminata de unas seis horas hasta la cima, hay que salir ya mismo. Pero hacerlo ahora es inútil, la montaña no nos deja.
Decidimos llamar por nuestra radio a la base de los guardaparques y pedir permiso para quedarnos en la zona del refugio una noche más, e intentar hacer cima al otro día. Nos dicen que no podemos hacer eso, porque se espera tener en la montaña a mucha más gente al día siguiente, un viernes de fin de semana largo, y la montaña no resiste tanto público simultáneamente. Así que nos quedaremos sin cima.
Nos quedamos un poco tristes, y comenzamos a desarmar el campamento, para emprender el descenso. En realidad, siempre supimos que en este deporte, hacer cima puede llegar a ser un detalle, con toda la adrenalina que eso genera, y que lo principal es aprender a disfrutarlo todo, desde que comienza la caminata en la base. Buena parte de quienes intentan hacer cima en cualquier montaña del mundo, nunca llegarán a ella.
Antes de comenzar el descenso, nos tomamos unas cuantas fotos. Del grupo entero -un soldado nos toma la foto-, con los soldados, con las banderas de nuestros auspiciantes, que pedimos encarecidamente que fueran pequeñas y livianas para ahorrar peso.

EL DESCENSO

El descenso fue una fiesta. Desarrollada con mucho cuidado, claro. En la montaña se producen más accidentes en el descenso que en el ascenso. Porque bajar no es fácil prácticamente, porque las personas no solemos ir tan concentradas como en el ascenso y nos descuidamos, porque estamos más cansados. Pero igualmente, fue una fiesta para nosotros. Se nos fue rápidamente la tristeza, teníamos tiempo, y aprovechamos para practicar técnicas de montaña en la nieve, que en casa la vemos sólo si abrimos la puerta del freezer. Esta vez nos pusimos los crampones para andar por las pendientes de nieve -es mucho más seguro caminar con ellos- y comenzamos a practicar a caminar con ellos, que no tenemos muchas oportunidades para hacerlo en casa. O más bien ninguna. Nos detuvimos en una pendiente, para descansar, para tomar mate y para tomarnos fotos, con equipo completo y tomando mate. Una buena imagen del EUE. Además, practicamos la instalación de anclajes en la nieve, con elementos mínimos, como un piolet y una cinta (ver recuadro).
Mientras estábamos practicando en la pendiente, Gaspar y Yamandú -cuando no- comenzaron a practicar autodetención, y ya de paso se deslizaron por la nieve unos diez o quince metros antes de detenerse, para divertirse nomás. En la misma pendiente, unos 200 metros hacia arriba y unos 50 metros al costado, vimos a uno de los grupos que había intentado hacer cumbre la noche anterior. Venían con su guía, quien les enseñó una técnica de descenso rápido por pendientes de nieve, “culopatín”. Uno simplemente ser sienta en la pendiente, con la mochila puesta, y se desliza hacia abajo. En caso de tomar mucha velocidad, se frena inclinando el cuerpo hacia atrás para frenar con la mochila, al tiempo que se clavan los talones en la nieve. Ese doble freno funciona perfectamente si uno aplica la técnica correctamente. Si lo hace mal y clava los talones muy fuerte, por ejemplo, podría dar una vuelta en el aire y caer rodando. Y eso sí es muy peligroso.
Vemos pasar a los “culopatines” rápidamente, a unos metros de nosotros. Y a Yamandú enseguida le brillan los ojitos, y nos anuncia que va a probar la técnica. Escalador de larga experiencia, el Yama parece tener cierta adicción a la adrenalina. Y se larga nomás. El resto elegimos bajar de la manera tradicional, caminando por la pendiente. A nosotros nos lleva unas dos horas bajar hasta que termina la nieve, Yamandú lo hace en quince minutos, y nos espera abajo, descansando.
El resto del descenso en más simple, por terreno quebrado con muchas rocas. Igualmente vamos muy cansados de verdad, se siente el enorme esfuerzo físico de dos días.

UNA MULTITUD EN LA BASE

Cuando llegamos a la base de los guardaparques, a eso de las 10 de la mañana, el lugar es un hervidero. Hay entre 50 y 100 personas haciendo lo mismo que nosotros hicimos ayer, revisando por última vez el equipo, pasando la revisión de los guardaparques, para intentar el ascenso. En uno de los grupos hay un muchacho, un argentino, que está de muy mal humor. Los guardaparques no le permiten intentar hacer cima porque sus botas no son adecuadas. Son unas excelentes botas de trekking, pero no son tan abrigadas como las de montaña y no pueden llevar crampones. Sólo le permiten llegar hasta el refugio, que ya está bastante frío allí. Y si intentara seguir subiendo correría un serio riesgo de congelamiento.
Nosotros nos vamos enseguida a un camping gratuito que hay en la base del volcán. Queremos quitarnos las botas de una buena vez, armar campamento, hacer un mate, comer, descansar. Todo al mismo tiempo. Mientras tres de nosotros armamos las carpas, el restante comienza a calentar agua para mate y luego para cocinar. Estamos famélicos. Sacamos casi todo el equipo de las mochilas y colgamos todo lo que está húmedo -sobres de dormir, ropa, etc.- en las ramas de los árboles, para que esté bien seco para la noche.
Nos vamos a quedar aquí a descansar el resto del día, y para la mañana siguiente pretendemos pedir permiso para subir nuevamente -el tiempo ha mejorado y será más fácil llegar a la cima- o, si no tenemos suerte, coordinar para volver a Junín de los Andes.


(Lunes 22 de febrero: 7ª y última parte)



Recuadro 1


Anclajes

Durante el descenso del Lanín, practicamos autodetención con piolet e instalación de anclajes con elementos mínimos, como un piolet y una cinta. Una “cinta” es eso, una cinta de material sintético, gruesa -unos tres centímetros de ancho-, sin fin (no tiene extremos) y tiene un largo de unos dos a tres metros. Se utilizan como elemento de seguridad, con múltiples usos. Están hechas para resistir centenares de quilos de peso. Un anclaje es un punto o construcción fijo y firme, del que se puede atar una o varias cuerdas, para descender a una grieta en un glaciar, para rescatar a una persona caída, para bajar o subir por una pared vertical o para lo que sea necesario. Un anclaje es en un cerro una piedra grande de la que atar cuerdas de manera segura, y que las cuerdas no se desprendan, ni la roca tampoco. En un lugar boscoso un anclaje bien puede ser un árbol fuerte. En el hielo, donde no hay árboles y muchas veces no hay rocas sino tan sólo hielo por todos lados, se construyen anclajes perforando el hielo con grandes tornillos-taladro especializados para esa función, y conectando los tornillos con las cuerdas con fuertes mosquetones, los “ganchos” de seguridad que utilizan los montañistas y escaladores. Construir un buen anclaje en el hielo supone seguir reglas de seguridad estrictas, como la instalación de hasta tres tornillos, de manera que la cuerda no se suelte aunque fallen dos de los tres tornillos, y así. En la nieve se utilizan estacas de acero -o mejor de aluminio, más liviano- muy fuertes que se clavan profundamente en la nieve y tienen orificios para conectar mosquetones. Si no hay estacas disponibles, se puede utilizar un piolet y una cinta, dos cosas que cualquier montañista siempre lleva consigo. Para empezar, se hace en la nieve, en la misma pendiente, una zanja angosta -unos diez centímetros de ancho- pero muy profunda, de un metro o más. Luego se fija la cinta con un nudo, al mango del piolet. Luego se entierra en la zanja el piolet, se lo tapa de nieve y se apisona con los pies, de manera que quede bien firme. Sólo sobresale la cinta de la nieve, que se puede utilizar para atar cuerdas a ella. Este anclaje, si está hecho de manera eficiente, puede soportar el peso de una o dos personas, o quizá más. Dependerá de la consistencia de la nieve y de la pericia del montañista para construir el anclaje.



Recuadro 2:


La seguridad


El montañismo es un deporte de aventura, pero los riesgos propios de la actividad pueden -y deben necesariamente- reducirse y minimizarse con preparación, aprendizaje y técnicas. La primera medida de seguridad, y la más importante, es la planificación previa y exhaustiva. Un grupo de montañistas no puede darse cuenta de que la comida no alcanza a mitad de una expedición, a cinco mil metros de altura y a dos o tres días de caminata del refugio más cercano. Por eso la cantidad y calidad de la comida debe planificarse minuciosamente antes de salir, teniendo en cuenta la cantidad de grasa, proteínas, carbohidratos y vitaminas necesarias para la expedición. Tampoco es recomendable darse cuenta que no se trajo el abrigo suficiente en medio de una tormenta de nieve y a -25ºC. Al preparar cualquier expedición, se elaboran y siguen al detalle listas de alimentos, equipo, ropa y demás, que deben respetarse religiosamente. No se puede subir -o no se debería subir- ninguna montaña que tenga nieve y hielo -y casi todas tienen ambas, fuera de las zonas tropicales, y aún en ellas hay, muchas veces- sin botas especiales para andar en esas condiciones. Se trata de botas muy gruesas -a veces son botas dobles, con un botín interno de abrigo y una bota externa impermeable, de plástico-, impermeables y abrigadas, con suela rígida y soportes para crampones. Hay equipo esencial para cualquier expedición, como piquetas o piolets, que se usan como bastones a veces, y sobre todo como elemento de seguridad en pendientes fuertes, para evitar deslizarse en caso de caer. Es imprescindible llevar un botiquín bien organizado, y sobre todo es imprescindible prepararse debidamente, tomando en cuenta que si bien es un deporte y es maravilloso, no es un juego. Si bien muchas montañas -incluyendo al Aconcagua- pueden subirse caminando, sin andar colgando de paredes de piedra, nieve o hielo -la escalada es de las actividades más riesgosas y difíciles en el montañismo-, no se debería practicar el montañismo sin conocer y dominar al menos en sus aspectos esenciales técnicas como el tránsito por glaciares con grietas -es necesario aprender a caminar “encordado”, en grupo de tres a seis personas unidas entre sí con una larga cuerda-, caminatas por pendientes pronunciadas de nieve o hielo, autodetención con piolet en caso de resbalar, caminata con crampones sobre el hielo, y varias más. Caminar por un glaciar con grietas -muchas veces ocultas por la nieve- puede ser una actividad poco riesgosa si se realiza siguiendo todas las medidas de seguridad. Si no se siguen estrictamente estas reglas, puede ser casi suicida.

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